Lejos, en casa.

En cuanto me di cuenta que estaba lloviendo, corrí a la azotea; la lluvia duró lo suficiente para mojar la tierra, pero no tanto como para mojar mi mano que sostenía el cigarrillo. Este cielo me ha enseñado, si esperas lo suficiente siempre llueve.

Estos últimos días han sido extraños, he paseado por calles que trajeron recuerdos añejos, y he visitado un cementerio que me trae tranquilidad. Incluso se podría decir, voy en peregrinación a remendar mi alma gastada tal vez por el smog de Lima, por el ruido y la vida vertiginosa que a veces nos arrastra sin darnos cuenta. Aquí el tiempo parece correr diferente, los lugares están más cerca y mantener mi mente ocupada en cualquier cosa que falte en la casa, evita que pueda pensar, lo cual, a esta altura, es altamente disfrutable.

Estoy lejos de mi lugar, he dejado atrás los mares de cemento para ver otra vez como el cielo lentamente oscurece y se deja caer sobre mis hombros cuando tiene ganas de lavarme el espíritu y alimentar un poquito los sueños de futuro.

Ultimamente, la idea de continuar solo hasta el final me va seduciendo cada vez más; la posibilidad de no encontrar, por no buscar, otra vez quien quiera caminar conmigo, ser mi complice para reir bajo las sábanas, para viajar... Cuando miro atrás, no puedo evitar notar un camino largo de soledad, con cada intento frustrado de compañía, que hoy, ahora, sí empiezan a simular una predicción de futuro, y no hace tanto daño como podría haberlo pensado en algún momento.

He vuelto a caminar, he visto otra vez calles viejas; por primera vez en mucho tiempo, me siento completo cuando sólo voy conmigo mismo. Nunca terminará de ser felicidad completa e incondicional, pero tampoco será nunca completamente triste. Supongo que al final esto me define, soy la frontera, el límite, y pasar a cualquier lado no me resulta nunca bien.

Soy la frontera.

No hay comentarios: