La damisela y los cinco lobos

Corrían las diez de la noche en la cantina de "la tía Mary"; por alguna extraña razón éste viaje ha significado un paseo por el pasado más allá de lo que hubiera podido imaginar cuando lo empecé; hacía tanto tiempo que no pasaba por ese lugar, que ya había olvidado prácticamente lo que era sentarme ahí a compartir unas cuantas cervezas.

Algo de seguro ha cambiado en nosotros, no somos más niños buscando aprender a vivir, somos ahora más como una manada de lobos que se ha reunido después de tanto, cada quien con sus propias batallas perdidas y ganadas; somos amigos de la infancia que no son más niños esperando vivir y se nota en los rostros, en las cosas que hablamos. Es distinto todo, lo sé; y tal vez sean sólo ideas mias, pero siento que soy quien más ha cambiado, y es por eso que me siento tan contento de tener aún mi lugar alrededor de la fogata (o en este caso una mesa de madera con dos cervezas encima) para seguir compartiendo las presas del día.

Ayer, sentada con nosotros, estaba la damisela; oyendo las historias en las cuales nos burlamos de nosotros mismos; y al verla reir supe que aún podemos llenar los vacíos que nos faltan, lo que no somos, cuando estamos juntos. Y por lo menos hacer reír a una niña a costa de cuentos de caperucita, y que podemos escondernos tras pieles de cordero para que no salga huyendo por nuestros colmillos.

Le agradezco a la dama, sus risas, su interés y paciencia para oir las historias que se han vuelto viejas; la sensación de comodidad sentada ella sola en una mesa llena de lobos, porque cuando tenemos invitadas, la manada vela por ellas y si sonríen lo suficiente, quizá lleven un licántropo a casa.

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