Y pensé que eras arte

Cuando la niebla es tan densa que la puedes saborear y en la cebichería te mueres de frío mientras fumas un cigarro a escondidas en la Católica, la pierna te duele porque has caído mil veces y los ojos te arden por llorar frente al sol, son en esos momentos en los cuales todo se va al mismísimo carajo y no te importa nada más que tus pensamientos y la ficción que creamos todos nosotros cada noche después de las diez y diez, entre las sabanas, ahí pegadito a la pared. Apagas el cigarro con la palma de tu mano para poder sentir algo; tus parpados, ya azules por el sueño, saltan por el dolor que recorre tu columna. Lenta y fríamente. El humo te ciega y el rojo vespertino del cielo deja su manto crepuscular para volverse la noche infinita de alcohol que esperabas desde el lunes. Ahí, cuando la nube con forma de corazón se quebraba en dos, apareció ella, subiendo las escaleras de la facultad, y tú; si, todo tú; pensaste que era arte.