Viajero de paso I

Maldito dejavu

Agradezco mucho la invitación a escribir aquí, siento una cierta conexión con muchas de las escrituras encontradas en esta página. Existe la posibilidad que termine siendo un viajero frecuente, pero aún no estoy seguro. De todas formas, muchas gracias, especialmente a Toshio por la invitación.

Maldito dejà vu

Un día suave de verano, la veo, acaba de empezar la universidad, cachimba tenía que ser. Los días pasan, los miércoles me la encuentro en las escaleras del tercer piso de la facultad, ella yendo a su clase, yo a la mía, nos saludamos y así pasan los días.

Por ahí y por allá la encuentro,

- Hola, ¿cómo estás?
- Yo bien, ¿y tú?
- Bien.

Y así pasan los días.

Besito en la mejilla, talvez un abracito. La historia se repite. ¿Quién fue la persona que dijo que si no se aprende de la historia, uno está condenado a revivirla? Bueno, parece tener razón. Ese lapso de tiempo que se repite dando la sensación de un dejà vu cada cierto tiempo que lo tiene a uno mentalmente inestable hasta llegar al punto de la desesperación. Tratando de librarme de mi ciclo, para este punto, normal, decido hacer cambiar la historia.

- Oye, no sé si te gustaría ir a tomar un café o algo conmigo este fin de semana. ¿Te animas?
- Ya, normalazo, ¿el viernes está bien?
- Sí, está bien, a las 8 en larcomar?
- Ya perfecto, oye, tengo que ir a clase o si no el profesor se molesta
- Ya, no te preocupes, yo también tengo que ir a la mía. Nos vemos ahí.
- Ya, ¡nos vemos!

Llega el fin de semana, hecho una bolsa de nervios, caminando ida y vuelta, esperando su llegada. Para este momento la hora había cambiado un sinnúmero de veces y ya no estaba seguro de estar a la hora correcta. Contemplo las luces, gente en la discoteca, restaurantes, cine. Varios entes con entes a su costado, abrazados, de la mano, besándose y amándose el uno al otro. Los ojos encontrados, esas miradas sincronizadas que sólo ellos entienden y nadie más. Ojos que dicen todo lo que hay que hay que decirle al otro. Ese “te amo” que nosotros lobos solitarios no sentimos desde hace mucho, solamente nos pasamos los días caminando en la nieve esperando esa cosa maravillosa, sin embargo, no llega. ¿Será que tenemos que ir a buscarlo? ¿Será que deberíamos dejar que venga a nosotros? ¿Será que simplemente llegará o no a una persona, cosas del destino, del orden de los planetas, signos del zodiaco o algo parecido? Todo esto pasa por mi cabeza mientras el calor bienvenido del cigarrillo me llena el cuerpo durante esa noche fría de invierno.

De pronto llega, la veo bajar las escaleras, el habitual besito en la mejilla y un abrazo. El saludo que he escuchado tantas veces ese ciclo pasado y que he apreciado pro igual cantidad de tiempo.

- ¿Vamos por un helado?
- Ya, está bien, vamos.

Caminando por todo el complejo, se habla de todo y se habla de nada. Todo parece ir bien. Juegos de chibolos, fulbito de mano, tiro al blanco y otros que para mi solamente son artefactos que acompañan la verdadera intención de la velada. Diversión y conversación llenan la noche.

Termina la velada, la dejo en su casa. ¿La invito para una segunda salida? ¿Me aceptará? Ese guión que nos repetimos al terminar una noche de estas. Las preguntas que nunca tendrán respuesta sin hacerlas pero lo pensamos dos veces antes de llevarlo a cabo. Antes que me diera cuenta, ya había entrado a su casa. Regreso a la mía y esas preguntas siguen merodeando y plagando una mente que debía estar enfocada en otras cuestiones, sin embargo, iba a ser respondido.

- Oye, ¿con qué intención me dijiste para salir? ¿Era una cita?
- Bueno, a mi me gusta pensar que lo fue, ¿por qué preguntas?
- Es que… no estaba segura. Pensé que estábamos saliendo como amigos. Verás, hay este chico, yo le gusto y el me gusta y salimos.
- Ahhh… bueno. No te preocupes, está bien, entiendo.

El resto de la conversación es irrelevante en vista que no hubo mucho más que venga al caso después. Esas preguntas que orbitaban mi mente ya se disipan. La noche pasada simplemente cambia de perspectiva. Conversaciones posteriores son vacías. Se mencionan cosas irrelevantes a una plática trascendental que sigue un fin. Poco a poco disminuyen. Los saludos a través de los días van desvaneciendo. No hay besito en la mejilla, no hay abrazo. Se regresa todo a como era antes de conocerla. Sigue caminando por ahí, sólo que no conmigo. ¿Estará arropada con otro hombre mientras que yo yazco solitario en mi cama? No lo averiguaré ni deseo averiguar.

El lobo regresa a la pradera, caminando sin un sentido fijo, yendo en círculos una y otra vez. Veo mis huellas anteriores, sólo que me demoré un poco más en encontrarlos que lo usual. Veo el árbol bajo el cual dormí hacía un par de noches. Voy y me echó a su costado, recordando eventos pasados recientes y antiguos. Sólo puedo pensar: “maldito dejà vu”.

Raz

1 comentario:

Sebastian dijo...

y bueno... a veces pasa, y a veces pasan por la vida de uno; mejor dicho, atropeyan.

Gracias a ti por la colaboración!