Toledo

Es un sueño, no podía ser de otra manera. Me perdí en las callecitas y seguramente en unas horas empiezo a dar vueltas.

¿Alguna vez has dejado de hablar tanto tiempo (quizás no en el reloj, pero sí en tus ojos) que pasa por tu cabeza la idea loca de qué pasaría si abres la boca y no sale sonido alguno?
Quisiera saber el nombre de los árboles que me acompañan ahora. Soñé, hace unos minutos, con un viaje que me traía aquí nuevamente, pero no estaba sola; me perdía contigo entre las calles, o al menos te hacía creer que estábamos perdidos, para luego mostrarte cada secreto (escondido tras una esquina) con un beso sobre un murito de piedra.

“Tengo hambre”, rompió el silencio, y noté que mi voz era la misma. Eran mis manos las que morían por escribir y mi cámara la que ya había trabajado mucho.

Entran estudiantes y, ¿una profesora? Me sonríe. Estoy en un patio lindo, fuera de alguna facultad. Se oyen adentro, risas. Cierro el cuaderno y voy por algo que llene la panza.

En Toledo cada calle cuenta una historia. Una pared roja al fondo de unas escaleras obliga a cambiar el rumbo, el rumbo que simplemente no existe, que se inventa al paso. Desde la Muralla y más lejos aún todo parece una torta enorme y preciosa; dentro de ella puedes imaginar el laberinto del Minotauro, pero no necesitas un hilo para llegar dos veces a la misma placita y decidir que es momento de sentarse y abrir un libro. Y comer un mazapán. Y empieza a llover.

2 comentarios:

Sebastian dijo...

;) a veces parece, como si viajara contigo :P; gracias por compartir Toledo!

killa dijo...

genial! ese es el fondo del asunto ;)