El Cierzo


Té de hierbas con miel. Yo-yo Ma tocando a Piazzolla.
Volvemos de caminar entre colores, verdes, blancos y rojos de mineral; naranjas y morados en los cerros; juego del sol ocultándose e incendiando los árboles.

El fuego hace arder las piñas, y se prepara para hacer su viaje por los caminitos que lo llevarán a espacios de madera perfecta, laberinto de luces, piedras aún frías.
Una pila de discos atrajo mis ojos. Ahora, como en un sueño, estamos los cuatro, estando sin estar. Y descubro, nuevamente, que existen las coincidencias, las casualidades.

¿Qué me trajo aquí? En una terraza (mientras abajo pasan tractores cuyos jinetes no tienen reparo en hacer sonora la duda, el “¿qué hacen ahí arriba?”) siento, al lado de un nuevo par de ojos, que vale la pena cultivar todos los pedacitos que nos forman, que compartir algunos espacios tiene un sabor delicioso, y que podemos volverlo (el compartir, lo compartido / volvernos) tan grande como le permitamos a nuestras manos.

Y siguen los juegos y escalas del bandoneón.

A todos nos llega el Cierzo. Abrimos los ojos por un segundo, y luego nos obliga a mantenerlos cerrados, con fuerza, con el corazón a mil y un sueño entre los dedos.

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