Acabo de estar más cerca de ti que hacía meses. Noté que me mirabas de reojo, cuando hacía movimientos o gestos para controlar el llanto, la risa, los nervios. No sé si eras tú o eran las dos historias que se perdían en la pantalla, entre los años y lo injusto de la vida, entre la muerte y las alegrías.

Sentí un vacío con tanto amor, tan libre, tan inocente, tan enredado. Un amor que juega, que se golpea, que se debate entre hacerse por la palabra o por los roces. Sentí el vacío de la distancia, de la frustración, de los rasgos de sonrisa cuando lo único que rodea es el frío de las paredes.

Definitivamente mi imaginación voló a años luego de muchos años, a momentos de fotografía en los que odiaría extrañar y sentir tan en la piel el calor que se tuvo y se dejó ir. No por guerras, no por fanatismos ni huidas de pasiones prohibidas… sí por la guerra con la vida misma, con el impulso a veces fanático, con la pasión sin nombre que no deja que mis pies descansen.

Y estabas ahí, percibiendo mi temblor, mis respiraciones más profundas; ¿qué habrás pensado que pensaba?; ¿habremos, en algún instante, sentido lo mismo?

Quizás no éramos exactamente los dos en la historia. Tal vez sólo somos dos corazones libres, soñadores, que le tememos a la soledad aún cuando a veces es nuestra mejor amiga. Quizás queremos enamorarnos, leer y hacer el amor en la misma cama, sin parar de reír, aún cuando no sean nuestras voces, aún cuando sólo sea la grabación eterna de puntitos rojos que ya nos hemos tatuado en el alma.

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