Fever

Lima nunca había amanecido tan fría como aquella mañana soleada.

Hace algunos días estuve con fiebre, no había tenido tanta fiebre desde hacía mucho tiempo; me despertaba en la madrugada sudando y al mismo tiempo tiritando de frío. Y es que cuando uno tiene fiebre, la temperatura del cuerpo se eleva y la consecuencia es que el cuerpo siente el ambiente mucho más frío de lo que realmente está, y entonces, empezamos a temblar como intentando calentarnos un poco a través del movimiento muscular.

Aquella mañana fue como una mañana de fiebre, el invierno no llegó más pronto de lo esperado, no cayó nieve, ni empezó otra era de glaciación. Simplemente, todo se sintió más frío de lo que era.

Quice gritar; grité.

Caminé sin rumbo hasta que los pies me dolieron, y fumé tantos cigarros como el hastío me lo permitió. Aquella mañana te odié, no porque te odiara, sino porque sentía al amor disminuir, porque mi cuerpo quería tiritar para sacarme de encima lo tanto que me dolía el recordarte ahí, parada, contándome como si fuera una especie de tortura, lo que jamás debió suceder para ser contado.

¿Qué de importante tiene decirlo ahora?

quién sabe, llegó a mi mente hoy mientras regresaba a casa, en una noche que realmente meritaba llamarse fria. Quizá no debi sonreir aquella vez, haciendo un último estúpido intento, de no enviar todo por el fregadero.

Ya no importa, dejó de importar hace tanto tiempo el que lo diga o no, dejó de ser importante para un porvenir, la vida es como es, y tal vez, no debería esforzarme tanto en verla mejor, porque he ido conociendo suficiente como para saberlo.

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