Iris

Más de veinte años tardé en descubrir mi flor favorita; hay cosas que demoramos muchísimo más de lo esperado en conocer.




Qué difícil es intentar crear recuerdos de aquellos que nunca conocimos; a pesar de ello, siempre me veo retornando a este mismo lugar; a la sombra de la tumba de mis abuelos. Cada vez que lo hago, intento dibujar en mi imaginación sus sonrisas, para que algo de ellos ilumine por donde voy andando; están muertos lo sé; y han desaparecido para retornar al río infinito de energía o quizá simplemente se desvanecieron siendo el único rastro que dejaron al partir las memorias que voy inventando, intentando emular la calidez de sus palabras y una que otra anécdota robada de las memorias de mi padre, que de cuando en cuando, comparte conmigo. Como en todas las familias, hay historias para reír y otras tantas que llamarían a la damisela del llanto que mora en los ojos de las personas, para hacer lo que mejor hace, fabricar lágrimas de los pedacitos de alma que se nos van cayendo.

Visité las tres lápidas frías que suelo visitar; en cada una coloqué un par de Iris, la flor que tardé veinte años en descubrir; encendí varios cigarrillos y en calidad de rito fueron ofrecidos a cada tumba y aunque siempre es triste venir aquí, se ha convertido en una especie de lugar favorito, donde la nostalgia y el vacío de la muerte me recuerdan, hasta que otra vez pueda regresar, que debo estar siempre agradecido por aquellos que aún están vivos y despedirme de ellos como si fuera la última vez que logre ver sus rostros. No importa que aquí esté rodeado de muerte, dolor y llanto. Sé que estoy tranquilo a pesar de la tristeza y por eso siempre será este cementerio, el lugar donde mi alma descaza.

Y como desde hace un tiempo, no ha habido razón que excuse mi existencia que no haya estado sustentada por la idea de morir. Estoy seguro, que cuando ese instante suceda, seré feliz y también desapareceré como desaparecen las huellas en la orilla marina; cuando parezco comprender todo esto, puedo marcharme a visitar otros viejos amigos, sólo en ese instante me permito marchar.

Pasos más adelante, lo que siempre llamé "el pabellón de los olvidados". Es anómalo encontrar en estos nichos un ramo de flores, la mayoría están descuidados, los cristales van rotos cayendo a pedazos; los nombres pintados sobre los yesos que cubren los último de los agujeros son prácticamente ilegibles.

Procuro siempre adornar la acera con un par de flores, quizá yo sea el único que lo haga, quizá los muertos pueden alegrarse de no ser olvidados.

"Nunca debí traerte a este lugar" pensé de repente para mi mismo, es ahora como si hubiera contaminado el río cristalino de la muerte con tus ideas de vida, pero en aquel entonces decías querer otras cosas, eras distinta. Pero finalmente, el agua corre, el río se va limpiando, y otra vez parece ser puro el riachuelo y se termina de limpiar lo que alguna vez quedó de ti; aunque sé que probablemente, siempre quedará en aquel lugar donde nos sentamos y descansaste tu cabeza en mi hombro, el perfume de tu piel sobre ese pavimento.

Culpa mía, andar regalando a quién no sabe tenerlo.

Me pregunto si alguna vez seré un olvidado como todos los que me están acompañando en ese lugar, por alguna razón eso me aliviaría; pero por otro lado me da un poco de miedo... Ahora que lo pienso, este debe ser el único lugar donde me permito dejar de ser racional y logro, creer en espíritus, el "afterlife" y otras cosas… aquí, me permito ser alguien que sólo existe cuando camino entre los muertos, que son olvidados.

No hay comentarios: