Kanizsa


¿Te fascinan las casualidades de la vida?, ¿rechazarías ponerte la chaqueta de un asesino en serie?, ¿atribuirías a fuerzas superiores algunos fenómenos inexplicables? De niños creemos a pies juntillas las explicaciones que nos dan los adultos de la realidad, de cómo funciona el mundo, pero no todo tiene una interpretación lógica o una base científica o de sentido común. A veces toca apelar a la magia, a fuerzas extrañas o a seres sobrenaturales para entender lo que sucede. A los niños les encanta y parece que a los adultos también.


¿Vemos de verdad a un mundo cada vez más lógico? Estamos tan acostumbrados a desplazar los ojos por el mundo que creemos que somos el origen de la vista y que algo sale de nuestros ojos. Cuando les pides a los niños que dibujen cómo funciona el acto de mirar o ver normalmente dibujan flechas que salen de los ojos (como la visión de rayos X de superman). Así pues, nuestra intuición es que la vista funciona por algo que sale de los ojos. Si combinas esta intuición con todos los ejemplos de las veces que te has sentido incómodo en una reunión social porque has pensado que tal vez alguien te estaba mirando, haz girado y efectivamente te miraba, entonces juntas las dos cosas : la intuición y las pruebas. Claro que después te olvidas de todas las veces que te giraste y nadie te observaba porque aplicamos sesgos a las pruebas para que encajen con nuestras teorías de cómo creemos que funciona en realidad el mundo.


Los modernos hombres y mujeres del nuevo milenio nos vanagloriamos de haber dejado atrás rituales y supercherías del pasado, sin embargo aunque muchos lo nieguen a todos no sigue inquietando lo desconocido y lo misterioso. Una parte de nosotros continúa creyendo en el lado más oscuro de la existencia. Imagina que te ofrecieran a precio de ganga una casa donde se ha cometido previamente un asesinato, ¿aceptarías? Las inmobiliarias aseguran que los lugares donde han ocurrido hechos trágicos resultan mucho más difíciles de vender, y es que de manera inconsciente todavía asociamos los objetos con la historia que los envuelve. Por ejemplo en EBay, el mayor portal de subastas y anuncios clasificados por internet, se vende ropa y todo tipo de pertenencias similares de personajes famosos por cifras astronómicas. Atribuimos a estos recordatorios propiedades invisibles que los hacen únicos e irremplazables. Muchos atribuyen el origen de esta absurda veneración a las distintas religiones que han conformado la forma de pensar en cada cultura, sin embargo no hace falta tener fe en un dios para participar de lo sobrenatural. Las encuestas indican que la mayoría de la gente, ateos o no, cree en algo indemostrable, ya sean los poderes psíquicos, los extraterrestres o los horóscopos. Cosas tan comunes como tocar madera para llamar a la suerte o pensar que una casualidad es una señal del destino forman parte de una necesidad muy humana: la de convencernos que el curso de nuestra existencia tiene un sentido más allá del azar que rige los acontecimientos. Siempre es más tranquilizador creer que hay algo, lo que sea, por encima de nosotros. Aunque a veces ese algo pueda resultar inquietante.


La mente humana tiene dificultades con los sucesos aleatorios, no sólo le cuesta percibirlo, sino también creerlos. Si te pidiera que te sentaras frente al teclado y pulsaras las teclas de uno y cero aleatoriamente y lo hicieras durante suficiente tiempo acabaría surgiendo patrones significativos. Esto sugiere simplemente que al cerebro le cuesta generar actividad aleatoria. En el juego de piedra, papel, tijera los mejores jugadores son los que tiene la facilidad para detectar las pautas del otro. El cerebro humano, que da lugar a nuestras mentes, ha evolucionado para reconocer patrones. A nuestro alrededor, por todas partes del mundo natural y de las características de la naturaleza vemos estructura y orden, y lo hacemos sin esfuerzo. No podemos evitarlo. Si yo ahora tirara un puñado de café sobre la mesa, tu sistema perceptivo automáticamente los agruparía en un patrón. Esto es lo que hace la percepción. Pero además de detectar patrones también inferimos los mecanismos que lo provocan. Esto hace que lleguemos a ideas erróneas sobre lo que ha generado el patrón.


Estamos interpretando el mundo todo el tiempo. Esto significa que podemos cometer errores de interpretación. Con los patrones de los que hablábamos a menudo vemos estructuras que no están allí en realidad, u oímos voces que no están allí. Lo que yo sostengo es que no tenemos un acceso directo a la realidad sino que nuestra mente crea la realidad mediante mecanismos cerebrales que incluyen muchos procesos inconscientes que nos permiten interpretar lo que experimentamos.


La ilusión de Kanizsa: hay cuatro figuras pero la mayoría de la gente ve un cuadrado. Sin embargo lo más interesante no es que solamente la mayor parte de la gente vea un cuadrado que no está allí en realidad sino que sabemos, gracias a la neurociencia, que si se observa la parte posterior del cerebro, en la que está la corteza visual, encontramos unas células hipercomplejas que se activan y apuntan a esa parte del cuadrado como si realmente estuviera allí. Lo que esto implica, y el motivo que sea significativo, es que nos indica que el cerebro está interpretando esa imagen y diciendo: “la única solución, o la mejor solución es que tiene que haber un cuadrado allí, así que vosotros corteza visual comportaos como si realmente hubiera un cuadrado”. Por tanto creas tu propia experiencia. La manera en que interpretas el mundo es la manera en que lo ves.


Los pensamientos sobrenaturales no son más que errores que generan los niños cuando representan la realidad. Errores que persisten en nuestro interior para toda la vida. Desde que nacemos somos pequeños científicos elaborando teorías acerca de lo pasa a nuestro alrededor. Un bebé de un año tiene muy claro que los objetos no desaparecen porque sí y cuando le hacemos un truco de magia en seguida se da cuenta de que algo no cuadra. Tras una investigación minuciosa aprenden cuáles son las propiedades de los distintos objetos de la naturaleza y descubren, por ejemplo la ley de la gravedad. Pero es que además de predecir la caída de los sólidos, son capaces de predecir el comportamiento de su madre que sabe que siempre recoge los objetos del suelo. Algunos de sus logros son asombrosos: desde los 6 meses por ejemplo pueden distinguir perros de gatos y pájaros de aviones. Son pequeños físicos, biólogos o psicólogos llevando a cabo miles de experimentos cotidianos. Poco a poco descubren que existen seres vivos y objetos que no están vivos. También descubren que existen las personas, cuyas intenciones pueden entender e incluso imitar. Sin embrago, y a pesar de sus enormes capacidades es normal que los niños se equivoquen al mezclar las categorías: basta con proponer a un niño dibujar lo que tiene a su alrededor para comprobar cómo da rienda suelta a la necesidad de atribuir propiedades y caracteres animados a los elementos inanimados. En general en todas las culturas los niños pequeños llegan a creer que algunos objetos están vivos. Esa idea no se la ha explicado nadie sino que surge de forma natural en ellos mismos. Nosotros hemos heredado esta tendencia innata o ¿acaso no le hablamos al ordenador cuando esperamos que ejecute una orden o le chillamos si se estropea? ¿Para qué sirve el mar? Para qué el barco no se hunda y también para que no se mueran los peces, responde un niño. ¿Para qué sirve la montaña? Para los árboles, para las flores, respondió una niña. Los niños tienen tendencia a creer que el mundo existe porque es útil que así sea. Esta manera de ver la realidad podría ser el origen de las religiones que se basan precisamente en creer que el cosmos, y por extensión nosotros mismos, tiene una razón de ser, una utilidad, un motivo por el que existir. Y además nunca dejamos de estar abiertos a creer. Incluso creemos que una escalera tiene una función oculta: 3 de cada 4 adultos no pasarán debajo de una escalera si nadie les ve.


Resulta curioso que el cerebro se identifica con lo que se piensa pero no con lo que se siente o con la idea de quién es uno mismo. Esta percepción es el origen de la tradicional separación filosófica entre mente y cuerpo que nos lleva a creer que existe el alma. Crecemos con la idea innata de que nuestra esencia puede estar separada del cuerpo que habitamos y que además se libera al morir. Esto nos conduce a la convicción de que existe una vida más allá de la muerte. Mi tío, un neurocirujano, durante toda su carrera llegó a conocer muy bien las consecuencias del daño cerebral. Sabía que la percepción de las personas podía distorsionarse y conocía perfectamente que un cerebro dañado puede crear una realidad distorsionada. Cuando perdió a su esposa, seis semanas tras su muerte, un día nos dijo: “Acabo de ver a mi mujer en el borde de la cama”. Tuvo un delirio, es decir, una alucinación. Nos dijo que sabía que estaba alucinando, gracias a su experiencia del mundo, pero ese conocimiento no impidió la experiencia que tuvo. Así que imagina como se sentiría alguien normal que no sabe nada del cerebro, lo viviría como algo tan real, como alguien de carne y hueso. Así que no es de extrañar que las personas realmente crean que estas cosas son reales. El motivo principal por el que las personas creen en lo sobrenatural es por alguna experiencia personal que no pueden explicar científicamente. Por eso tenemos que entender que esto es algo que no se puede erradicar con la educación y me preocupa que los científicos afirmen que las creencias proceden del adoctrinamiento, de decirle a la gente lo que tienen que pensar y que por eso existen creencias en lo sobrenatural. Yo creo que en realidad se trata de algo que nos sale de dentro, que tiene que ver con la manera en la que generamos nuestra comprensión, nuestros propios modelos del mundo y algunos de estos modelos son sobrenaturales. La pregunta fundamental es si todas estas creencias, convicciones, sensaciones, prejuicios sobrenaturales los hemos aprendido de los demás o los hemos creado nosotros mismos. Evidentemente las religiones y los rituales supersticiosos se transmiten de generación en generación, se asientan sobre nuestras inquietudes naturales sobre el mundo. La idea de que hay dimensiones ocultas y las preguntas existenciales, ¿de dónde venimos y a dónde vamos?, son cosas que nos preocupan y cuando alguien nos cuenta una historia que lo soluciona nos identificamos con eso y pensamos: “sí, cabe dentro de lo posible, puedo ayudar a creerlo”. No tiene que esforzarse demasiado, no tiene que adoctrinarnos para hacernos creer en algo así porque estamos abiertos a la creencia desde el principio, por ejemplo los niños no entienden la muerte cuando son muy pequeños, no están seguros de que es lo que sucede cuando un ser vivo muere. El concepto de enterrar a alguien en una caja perturba tanto a algunos niños pequeños porque no pueden concebir la muerte, creen que la persona sigue estando allí. Se han hecho experimentos con marionetas y se les dice a los niños: imaginemos que un cocodrilo se come a un ratón, y se les enseña las marionetas del cocodrilo y el ratón, y se representa la acción como si fuera un teatro, luego se les pregunta: ¿crees que el ratón necesita comer? Y dicen: “no, no necesita comer. Pero se siente solo, está solo ahí dentro del cocodrilo”. Entienden algunos aspectos del fin de la existencia pero la noción de que la mente deja de existir les resulta un concepto muy difícil. Y no sólo les pasa a los niños, a muchas personas también, por eso la vida después de la muerte, la idea de que existe algo cuando morimos resulta completamente coherente y verosímil.


Se publicó un artículo en la revista Science, una revista científica muy prestigiosa, donde demostraba que si se pone a las personas en una situación estresante en la que sientan que no tiene mucho control, empezarán a ser más supersticiosas, adoptarán más creencias. En tiempos de crisis es donde se adoptan creencias supersticiosas porque necesitamos sentir que podemos hacer algo para influir en los resultados. No nos gusta los resultados impredecibles, nos gusta saber lo que va pasar, y por tanto si ponemos a alguien en una situación totalmente estresante en la que no pueda predecir que pasará, necesitará hacer algo. Por eso vemos un aumento de conductas supersticiosas en tiempos de guerra o de crisis económica. Estas acciones o rituales supersticiosos que hacemos nos inoculan contra los peores excesos de estrés. No importa si es un simple partido de tenis o un examen importante. En cualquier situación en la que no sabes que va pasar tienes que hacer algo. Pero lo interesante es que si evitas que alguien lleve a cabo su ritual, muy a menudo las cosas le saldrán peor porque esa persona creerá que carece del control que estaba influyendo los resultados en cualquier caso. Paradójicamente la ilusión de control hace que salgan mejor las cosas en estas circunstancias porque la persona no estará tan ansiosa sobre la posibilidad de que todo vaya mal.


La idea de lo sagrado es realmente importante. Todos los miembros de una sociedad deben creer en las cosas sagradas, no importa si estamos hablando de un equipo de fútbol: si todos los seguidores del equipo creen que el terreno de juego, el estadio de fútbol es sagrado y lo tratan con reverencia, entonces naturalmente se trata de una noción colectiva de que hay algo especial e irremplazable en los objetos o en los lugares. Necesitamos por tanto de que haya una dimensión adicional, algo que trasciende y va más allá de la razón, que lo hace todo más humano. Esto nos permite tener una humanidad compartida, una sensación compartida de comunidad. Por eso necesitamos suponer esa dimensión adicional, ese sobrenatural.


Nunca he intentado predicar, y mucho menos predicar dogmas. Si acaso sugiero alguna cosa que parece que acaba de comprobarse después de muchos esfuerzos: hay muchas más cuestiones que no tienen respuesta que cuestiones que la tienen. Y eso no lo debemos olvidar nunca. No es verdad, como creía yo, que caminamos a un mundo en que la decisiones serán cada vez más lógicas. Hay una herencia dogmática, arcaica, filogénica, que nos favorece a veces, y que a veces nos es nefasta, pero que está allí durante miles de años. ¿Seguirá?


1 comentario:

Sebastian dijo...

definitivamente seguirá... sigue siendo parte de una "naturaleza" no aprendida, y continuará así, porque probablemente nunca se va a poder hacer que todas las personas aprendan a que no sea así.