Remembranzas parte I

Subió al autobús una chica con uniforme de colegio, sus ojos aún eran brillantes y éstos me llevaron a recordar otros tiempos.

No sé bien en qué momento me enamoré de ella, simplemente sé que pasó. Incluso recuerdo que en un determinado momento yo no creía que ella podría quererme, porque hasta cierto punto sabía que había otro chico que le gustaba; aún así, nunca dejé de estar a su lado, pasando tiempo juntos y conversando cosas de la vida, una vida que aún ninguno de los dos conocía lo suficiente como para complicarnos en tales sofisticadas conversaciones y aún así, nos encantaba hacerlo.

Recuerdo unas vacaciones en especial, en las que iba a su casa casi todos los días; recuerdo mi reproductor de CDs enorme que colgaba en mi canguro, y escuchando algunos grupos de pop español emprendía la caminata por el puente de aquella calle, que además de ser extrañamente semicircular, colgaba hacia abajo y era un camino tedioso el cual no me importaba recorrer si esa mañana podía verle reir; recuerdo que ya no sentía tan pesada la caminata como al principio porque la había hecho prácticamente a diario en los últimos días. Por aquel entonces sentirme enamorado empezaba a ser algo completamente nuevo sobretodo porque yo ya no me veía a mi mismo como un niño, porque empezaba a interactuar con una chica y ya no era un enamoramiento de esos que ocurren porque te parece bonita o porque te llama la atención; no, ésto era algo mucho más serio, solía decirme, porque la conocía, porque nos estabamos haciendo amigos y empezábamos a conocernos.

No fue sino hasta tiempo después, por una sucesión de hechos al azar, que supe lo que ella sentía por mi; nunca supe bien el momento exacto en que se dio cuenta de ello, sólo sé que el toque de mi mano en su hombro hizo latir con fuerza ese corazón suyo y ese fue el comienzo de un camino de descubrirnos como personas que podían enamorarse.

Pasé entonces muchas horas pensando en cómo poder besarla, en aquél momento no sabía qué tan sencillo era acercar la boca de uno a la boca de la otra persona e intentaba imaginar el escenario justo, el tiempo exacto, la frase que debía anteceder aquel primer beso; soñé despierto, soñé en sueños, pero sin importar lo mucho que me esforzara por lograr un momento épico como en las películas, no podía alcanzar esa escena de pantalla en la cual Celine Dion empieza a cantar Titanic justo antes que el protagonista (o sea yo) se da el valor de tomar a su amada por la cintura y clavarle un beso que hace que se ruborice toda la sala. No, mi primer beso fue diferente, fue exquisitamente inesperado.

Solíamos subir a la azotea de su casa buscando un poco de privacidad, un poco de silencio; a mi me encantaba particularmente verla bajo la luz anaranjada del alumbrado público, sentir el frío terrible de la sierra y tomar su mano que se congelaba metida dentro de sus chompas delgadas, que hasta ese día era lo único que me atrevía a hacer. Aquella noche, ya era lo suficientemente tarde como para que yo regrese a casa, bajábamos por unas escaleras de cemento hacia el segundo piso, que por esos tiempos estaba completamente vacío, yo lideraba nuestro descenso; cuando llegamos a la segunda planta, derepente, poseso por algún esbirro de cupido, toda mi conciencia se paralizó un instante y en un movimiento explosivo perdí el control de mi cuerpo y cuando por fin regresé a mi mismo de una proyección astral no consentida, al abrir los ojos, ahí estaba ella, tan cerca a mi que respirábamos el mismo aire; se aceleró mi corazón, tanto así que podía oirlo, si en aquel momento cantaba Celin Dion estoy seguro que no podría haberla escuchado, mi respiración se entrecortó, la abracé y cuando por fin lentamente, después de una eternidad instantánea, me alejé poco a poco de ella y dijo sonriendo:

-Ahora no te vas...-

Ahí aprendí, que los besos que se dan en las sombras de las sonrisas producidas por las luces naranjas de los faroles, que no tienen canciones de fondo, que no se planifican, que no pueden planificarse, son besos que se tatúan en el recuerdo. Muchos años después, otra chica, navegaría en esa misma luz para besarme, para besar la sombra ésta vez de mi boca, para tatuarse en mi alma... quizá sea historia de otro día.

De ella, me queda su uniforme, sus manos frías en las azoteas, un beso con "black out", vacaciones que cambian el curso del camino y el puente que debo haber cruzado ciences y cieneces de veces. (me quedan muchas otras cosas, pero me gana el sueño)

1 comentario:

elena clásica dijo...

Me has hecho retrotraerme a la emoción sentida, la de esperar que esa persona querida me tomase por la cintura y me besara, me palpita el corazón en ese recuerdo...
"esa chica que se tatuó en tu alma" ha logrado una de las expresiones más hermosas que jamás he leído. Se me ha tatuado a mí en el alma algún recuerdo, y como siempre has hecho revolcar mi corazón. El sentimiento traspasa las letras escritas.
Un recuerdo bellísimo y un sentimiento de oro como es habitual en ti, el que desgranas.
Un abrazo.