Mal dia - Parte II

Camino apresurado, por inercia, porque el ritmo de las grandes urbes es así; lo sé porque he vivido en una ciudad muchísimo más pequeña algunos años, y ahí podía tomarme el tiempo para llegar a… a ninguna parte, ahí no había nada que hacer y después se preguntaban porqué terminábamos (la juventud de esos días) a los quince años en los billares y a los diecisiete haciendo recorridos turísticos por cuanta cantina nos recomendaban. Porque la opción estaba entre jugar fútbol, jugar billar o irse a tomar unos tragos… ¡Ni cine tuvo mi adolescencia! Porque lo habían cerrado, porque no iba nadie; y sin sorpresas porque si uno se animaba a ir podía elegir entre dos salas, o ibas a una a ver la película y escuchar la película de abajo, o te metías en la otra a escuchar la película y ver sombras en la pantalla que era surcada de cuando en cuando por palomas al vuelo.

Debe ser esa una de las razones por las que ahora voy al cine cada vez que puedo, debe ser una de las razones por las cuales aprendí a jugar billar (porque a eso de patear la pelotita nunca le he entrado) y debe ser por eso que conozco cantinas de toda clase e historias de esos lugares no me faltan (aunque tampoco sobran como para decir que no he vuelto más a frecuentarlas).
Días como hoy, una cantidad infinita de maleficios voy armando en mi cabeza; a veces puedo ser un idiota enamorado, repitiéndome como oración tantas cosas enamoradas que quiero decir y que no encuentro el momento adecuado; a veces soy este sacerdote malévolo deseándole las más terribles plagas a cuanto inocente se me cruce en el camino, a veces me doy miedo por las cosas que puedo pensar, a veces risa, a veces asco… Pienso mucho y muchas veces no hago nada, incluso ahora cuando me he propuesto hacer más y soñar menos, me veo reflejado en las ventanas de los taxis que le tocan la bocina al semáforo en rojo, me siento patético y mi otro yo que está al otro lado del espejo se burla constantemente de todas las burradas que voy haciendo inevitablemente.

Voy acercándome al edificio azul que he fijado como destino para esta tarde, recuerdo que alguna vez una “gitana” me frenó en la entrada, según ella para leerme la suerte; no creo en esas cosas y se lo dije, ella insistió en que por una moneda podía decirme cosas interesantes y como mi amigo ya había caído con una de sus hermanas, hecho un estúpido, le seguí el juego. Viéndome a los ojos me dijo “no te preocupes, ella si te ama” en ese momento le hubiera apretado el pescuezo, pero su ojo derecho medio retorcido dentro de su cadavérico rostro me intimidó; luego intentó hacer nosequé con un billete que me pidió prestado (y yo estúpido otra vez se lo presté) y en un momento de lucidez terminé sujetándole la mano donde llevaba mi billete todo arrugadito el pobre, y cuando no le di más opción tuvo que devolvérmelo no sin recordarme que ahora ese billete estaba maldito y que si me lo quedaba yo sufriría las consecuencias… Quizá debí dejar que se lo llevara.

De cualquier manera, ya estoy llegando, y si me la vuelvo a cruzar me corro, así de simple, tampoco quiero volverme a sumergir en el aura densa e hipnótica de aquella mujer horrible y mágica, ladrona, pícara, engañabobos… porque además hoy no me siento tan bobo.
(próximamente, la continuación de mi yo-ser endemoniado urbano)

1 comentario:

elena clásica dijo...

Este ser urbano en el que te hallas encerrado no tiene nada de endemoniado, querido, es que cualquier pierde los nervios en estas situaciones. Cuántas ideas bullen en esa cabecita soádora, a mí no me engañas, niño, con eso de que te has propuesto soñar menoss. Tu narración sobre la buenaventura me parece un episodio digno de la mejor tradición literaria de la Picaresca, ¡bravísimo!

Pues sabes lo que te digo, tomando palabras del amado Silvio: "y que el cielo nos libre de cordura".
Pues ya está, no dejes de soár, de amar y de poseerte de furia en medio de estas situaciones, ja, ja. Me ha encantado.

Besos, amigo.