De lo bueno poco...

He notado obtener un gran placer de algo nada peculiar, salir de mi casa -motivada por una razón insignificante- y simplemente caminar.
Para conseguir el clímax del momento es fundamental no tener ningún apuro o por lo menos olvidar que lo tengo; solo debo concentrarme en el aire frío que va tocando las zonas descubiertas de mi cuerpo -usualmente el rostro- y que de paso va estremeciendo mi mente de tal forma que expone todas mis preocupaciones y las vuelve nada.
Adoro ese aire frío.
Cada vez que voy de regreso a casa me pregunto porque no tomo estas caminatas más a menudo y aunque nunca respondo la interrogante, sospecho que la respuesta es la siguiente: no lo hago por miedo a que pierdan su encanto una vez dentro de la rutina; y no estoy dispuesta a canjear mi esporádico placer por algo cotidiano pero insulso.

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