Me senté en la misma banca donde te esperé aquella primera vez. Recuerdo no saber cómo saludarte, haberme preguntado cuál sería la forma adecuada de hacerlo, si era correcto abrazarte o sencillamente darte un beso en la mejilla como se supone que es nuestro frio saludo social, besar el aire.
Recuerdo haberte visto llegar, levantarme y extender los brazos en automático; recuerdo haberme preguntado si eso estaba bien... no sé mucho sobre socializar, sobre las personas; y definitivamente, las personas no saben mucho de mi.
Cerca, no tanto, está el lugar donde me besaste; donde reí de nervios por no saber qué decir, donde mis ligeras sospechas de gustarte fueron confirmadas y donde mis tripas fueron felices bailando zamba mientras me perdía en tus ojos.
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