temblores amarillos

Veo un pelo amarillo y dos ojos me sonríen, será el cansancio, pero no ato el hilito.
Luego, entre el pastel de choclo y Rosario entiendo, reconozco tu mirada y recuerdo.
Hace dos noches te soñé chiquito; te apreté fuerte contra mi pecho y desperté extrañando tu voz graciosa, tus celos locos y plastificados.

Siempre que hablo de algo que me mueve otro algo más interno, tiemblo. Tiemblo y se nota, o tiemblo y dibujo formas/cuentos con las manos o el cuerpo; miro al techo, miro por la ventana, me río y no lo notas.
Y así fue ahora, y por eso escribo.
Hay mareas que deben ser frenadas, avalanchas que son peligrosas. Pero no las internas, no las que vemos con los ojos cerrados y anuncian su llegada con un temblor de la piel más que del suelo.

Tiemblo por esas pequeñas avalanchas, porque sigamos dejando registro de ellas en este fondo ahora negro.
Tiemblo cuando te leo y no sé que eres tu; tiemblo porque “soy sin ser” para los que me leen.

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