un pedazo de charco

... ya que estamos aquí... perdonen si ya lo había colgado antes jeje... ya son días, vueltas, ahí va
Hablaba de algas que se enredan en el encuentro de dos mares.
Me gustó la metáfora, el desorden, el choque de lo desconocido que se hace nuestro en un instante.
Un beso.
Parada bajo el techito, esperando la 52, que pasaba por aquí. Mira que eres canalla.

No sé resumir lo que siento. Se golpean las ideas. Acabo de leer un correo que me arrancó muchas sonrisas, esas que sólo te arranca un corazón ajeno, pero cómplice. Veinte años que se hacen nada, que juegan con las cosquillas que aparecen en mis manos, junto con las ganas de volar a su lado y regalarle el abrazo más grande.

Pasos apurados, teclas que van más rápido que los dedos, ojos como platos y sintiendo que consiguen los 360°. Ganas de correr al punto de partida, sólo para dar un beso (otro), uno que contagie este ritmo, uno que tenga sabor a te quiero y te llevo, en cada paso, en cada dedo cuando hace pinza… y mis ojos son tuyos, si me dejas, si me sigues en el baile.

Iba a escribir que viajar en tren es cosa rara. Sin tráfico, con tantas paradas como una combi, pero premeditadas. La vida dentro, con destellos de fuera; suena un celular, risas con un libro.
Saliendo del baño, con un rango más alto de equilibrista, encontré la puerta del tren abierta. El verde se confundía, rápido, con los rieles de metal. Fue un instante de película, la vista previa al salto y al rodar en el pasto. El aire frío golpeó mi cara, hasta que una equilibrista mayor salió del otro baño y rompió mi juego.
- ¿Tú la has abierto?
- No.
Dije no.
El “no” tímido de chiquilla atrapada en medio de la travesura.
- Es peligroso.
-Sí.
Dije que sí.
Y de nada sirvieron sus intentos por cerrarla. Pero sí acabó con mi intento de tontería; no sin darme un ratito, un ratito en el que pude imaginarla rodando por el verde, porque se lanzaba con toda la fuerza de sus 70-80 años. Y yo no me movía. Tímida.

Estoy en un cangrejote rodante.
El sol brilla sobre los carteles que no entiendo.
A esa muchacha que fue
Piel de manzana.

Notre Dame.
Una chica acaba de gritar: “¡mirá! Acá es donde vivía el Jorobado”.
Mi risa me delató.
Es increíble. La última vez que estuve aquí fue en una maqueta. Siento en los dedos los pedacitos de cartulina y el UHU. La mesita en el depa. Tantas horas frente a frente.

Una señora abre el candado de un pedazo de su vida, a orillas del Sena.

¿Qué fue lo que vi si mi “distanciamiento” lo llamas “complicidad”?
Es raro pensar en toda una historia estando tan afuera y a la vez tan adentro.
Y todo se confunde con la voz de Neruda, un Neruda que lucha entre la belleza y fuerza de sus palabras y su forma tan peculiar y risible de pronunciarlas. Mezclado con el monstruo del “car wash” y las risas de dos generaciones que se encuentran en una tarde de sauna y piscina con olitas.

Me descubrí en un ascensor. Por primera vez tuve la gran duda, ¿estamos haciéndolo bien? No sé si me objetivo sea descubrir el por qué, pero definitivamente me inquieta. Y la pregunta surge de 30 años más de vida, de la capacidad de ser cómplice de un pedazo que dejamos, del hombre que a veces se siente viejo pero no pierde el deseo.

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